sábado, 28 de julio de 2007

Río Barbate y Acantilados de Caños de Meca (14-15 jul07)




Río Barbate.

Entre esqueletos de barcos muertos y moribundos bajamos nuestras piraguas a la orilla. Ni la vista ni el olfato nos deja muy buena impresión de la bajamar del río Barbate, aunque eso pasa en las mejores familias de ríos, si no que se lo digan al Ganges, que encima dicen que es sagrado.

El viento se hacía notar a primeras horas de la mañana, aunque no sería hasta la vuelta cuando nos acordáramos del dios Eolo y to sus castas. Desde la desembocadura del río Barbate nos dirigimos río arriba en dirección a Vejer de la Frontera. Dejamos atrás el viejo puerto y empezamos a ver mariscadores metidos en el fango y el agua apañando berberechos y almejas. Cruzamos el puente y nos paramos un poco para reagrupar. Nuestra marcha no es que fuera un tormento, más bien al contrario, era un paseo, nos parábamos a hablar con los mariscadores, a contemplar el paisaje, a dejarnos llevar por el viento hasta la orilla. En una de esas paradas en medio del río, el viento nos empujó al fango donde Cozi nos deleitó con unos berberechos crudos que según él eran delicatesen.

A las afueras de Barbate hay un barrio formado por casuchas de lata al que le adjudicamos el nombre de Villa Chabolo. Muchas de las casas estaban adosadas a lo largo del río, junto a unos muelles de madera donde los propietarios de las mansiones plateadas amarran sus embarcaciones de lujo, de lujo quedan amarradas quiero decir, porque no se las lleva el agua. El río se iba estrechando poco a poco, perdiendo su apariencia y fauna marismeña con cada tramo que avanzábamos. Ya se veía en lontananza las casas blancas de Vejer de la Frontera, allá en lo alto. Suerte que los ríos no son como las carreteras y no tienen puertos de montaña.

La estrechez del río era cada vez mayor. Empezamos a ver patos levantando el vuelo a nuestro paso e incluso alguna focha furtiva se escurrió entre las cañas. Tuvimos que atravesar algunos tramos del río con cañas acumuladas en el cauce. Pasamos con dificultad apoyando los remos en las cañas y desplazando la piragua con movimientos del cuerpo, deslizándonos poco a poco sobre la vegetación. En uno de esos tramos de cañas descubrimos un nido con 7 huevecitos de patos al que le hicimos un reportaje fotográfico. Entre tanto pato suelto, a mi y al Cozi se nos fue despertando poco a poco nuestro instinto cazador. En uno de los avistamientos nos marcamos un sprint tras un pato que en vez de alzar el vuelo empezó a aletear y andar sobre el agua. Como no cesábamos en nuestro empeño el pato no tuvo más remedio que sumergirse. Esa táctica que antes habíamos observado en los cormoranes era un comportamiento inédito para nosotros tratándose de patos. El caso es que no lo vimos más, se escabulliría entre las cañas de las orillas sin ser visto, el caso es que se fue por patas.

Más adelante nos encontramos otro tramo cañero. Sobre las cañas acumuladas en el río incluso había crecido vegetación. Como no se veía el otro extremo y no sabíamos si podíamos seguir pensamos en bajarnos y andar un tramo bordeando el río para ver un poco más allá. Bueno, en realidad yo lo pensé pero Cozi lo llevó a la practica. El nota se bajó de la piragua ni corto ni perezoso y se metió casi hasta la cintura en el fango de las orillas. Como no podía dar un paso sin hundirse desistió y volvió al río de donde nunca debió salir. Se dio un chapuzón, se subió a la piragua y como arrastrábamos hambre para parar un tren allí mismo sacamos los víveres y nos lo zampamos. Hasta aquí habíamos llegado y nos conformamos con eso. Dimos marcha atrás aunque sabíamos lo que nos esperaba, el mismo camino de vuelta, pero con la marea subiendo y con el viento en contra.

Cuando el río se ensanchaba un poco comenzamos a divisar unos bancos de peces compactos. Los instintos cazadores volvían a aflorar. En pareja ideábamos las tácticas para el acecho y captura. Intentábamos rodear a los bancos para llevarlos a la orilla, e incluso si hacía falta soltábamos algún palazo con nuestro remo sobre la superficie del agua con la esperanza de alcanzar algún pescaito y dejarlo atontado del golpe de remo.

Lo más cerca que estuvimos de pescar fue cuando a la ida al Cozi se le metió dentro de su piragua un pescaillo que huía no sabemos si de nuestras propias piraguas o de los peces grandes que de vez dibujaban una estela al nadar cerca de la superficie e incluso saltaban fuera del agua de vez en cuando.

Entre estos entretenimientos nos acercábamos más a Barbate. El viento me quitaba las ganas de remar, Charo se defendía bastante bien en su autovaciable mostrando una gran resistencia mientras Cozi estaría intacto aún en sus fuerzas según confesó después. A nuestra vista aparecía Villa Chabolo que a estas horas estaba más ambientada, con gente bañándose aprovechando la marea alta. Un poco más y ya estaríamos en el punto de partida. Cargamos las piraguas, fuimos a la playa por turnos para quitarnos el sabor a marisma y Cozi intentó volar su cometa. Nada más. Nos fuimos al camping, mañana tocaba la mar salada.




Acantilados de Caños de Meca.

El camping “El Faro” de Conil donde nos alojábamos estaba repleto. Entramos de noche y tarde después de no poder entrar en otros tres que estaban llenos hasta la bandera. En recepción al ver que veníamos de Huelva nos hicieron un halago a nuestro Recre, bueno en realidad mío solo. Una de las consecuencias de que los campings estén repletos en verano es que hay muchas más posibilidades de que te toque gente ordinaria y que se cree que están solos en el mundo. Las dos noches tuvimos que aguantar a uno de esos grupitos con sus voceríos a altas horas de la noche. En fin, era de esperar, ni que estuviéramos en Escandinavia. Nos despedimos del camping después del desayuno y nos fuimos en dirección a la playa.

Encontramos un aparcamiento al final de los Caños de Meca para bajar las piraguas. La marea estaba muy baja y al final de las escaleras había un salto de unos 3 metros aproximadamente. No nos supuso mucho problema para alcanzar la arena de la playa. Tras un pequeño baño nos montamos en nuestras piraguas. El agua estaba clarita y quieta. Fuimos en dirección a Barbate paralelo a los acantilados. Desde el agua se veían los caminitos que utilizamos un par de meses atrás allá arriba en los acantilados, cuando los Agonías&Company atravesábamos el paraje natural de las Breñas en una de nuestras etapas de la Transandalus.

La autovaciable de Charo, modelo “kea”, se comportaba mostrando unas cualidades muy marineras y una rapidez extraordinaria, o al menos eso decía Charo mientras nosotros sonreíamos para nuestros adentros. Íbamos relajados observando los acantilados y disfrutando de las vistas. Había pequeñas calitas aunque al subir la marea desaparecerían. No sabíamos si parar y bucear un poco o seguir. Al final seguimos remando pero poco a poco el viento se fue levantando y el agua se iba ondulando cada vez más. Yo propuse seguir hasta Barbate, pero Cozi y Charo en mayoría, y con razón, me hicieron ver que lo más prudente era volver. En caso de vuelco, los acantilados eran un compromiso. Nos dimos la vuelta. Al venir las olas de popa la estabilidad empeoró un poco, aparte que las olitas se iban poniendo cada vez más violentas.

Llegamos a la playa de Caños de Meca con alivio. Unos alcanzando la misma orilla y otros, osea yo, volcando antes de tocar tierra. Adentramos un poco las piraguas y nos unimos a la multitud playera, aunque no nos unimos a su costumbre de desnudarse. En realidad era una minoría, muy llamativa, pero minoría al fin y al cabo, y nada atractiva para un hombre... heterosexual al menos. Cuando nos cansamos de playa, de olas y de cosas colgando nos fuimos. Subimos las piraguas por las escaleras del otro lado del aparcamiento, por la parte del bar, nos dimos un último baño final y a comer camino de casa. Nos zampamos tres platos de atún encebollao por cabeza con tinto de verano en abundancia. A partir de ahí empezó para mi el calvario de una gastroenteritis que en principio achacábamos al agua del camping y que me dejó 10 días en el dique seco y más flojo que el pellejo breva. Al parecer fui el más afectado, seguido de Charo que también estuvo tocada. Todos menos el Cozi, que estaba inmunizado con sus baños en las aguas estancadas del río Barbate y con su secreto, el kéfir, que a partir de entonces cultivamos en nuestras propias casas para intentar convertirnos en superhumanos inmunes a los problemas intestinales.

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